
Jaime Sáenz (1921- 1986) es quizá, para muchos teóricos, uno de los poetas más universales de Bolivia; y para muchos otros lectores, un escritor profundo que ahonda en las cualidades más ocultas y sensibles de nuestra naturaleza humana. No es de extrañarse que hoy en día se lean con vehemencia en bastantes países de Hispanoamérica poemas como La noche, Muerte por el tacto y Las tinieblas, pues la fascinación que ejerce en sus lectores es vigente y no tanto por sus rasgos estéticos formales (que son plausibles), sino por el contenido filosófico y, por qué no decirlo, por ciertos rasgos esotéricos que su poética contiene. La muerte, la noche y el peligro son elementos recurrentes para Sáenz pues en ellos encuentra un punto de reunión con lo Otro, y es este anuncio de la otredad lo que descubre no sólo su finitud, también lo desconocido. Encontrase de cara a lo desconocido es a su vez: encontrarse de cara con el conocimiento, es por esta razón que Sáenz manifiesta una “estética del peligro” que precede a un hallazgo epistemológico.
No hay que olvidar la gran influencia que tiene de la filosofía alemana al haber viajado a aquel país en 1938, característica importante de su biografía, al igual que sus múltiples cualidades como dramaturgo, periodista y dibujante, pero sin duda se desempeñó con mayor desenvolvimiento como novelista y poeta, con obras como: El escalpelo (1955), Imágenes paceñas (1979), Los cuartos (1985), La piedra imán (1989), Aniversario de una visión (1960), Visitante profundo (1964), entre otros.
La vida de Jaime Sáenz fue pasional y complicada. Siempre se declaró abiertamente bisexual y su alcoholismo severo propició un rechazo de los círculos sociales conservadores de aquel tiempo al igual que la ruptura de su matrimonio. Su adicción al alcohol queda plasmada en dos libros: el poema La noche y la novela Felipe Delgado. Esta última obra es pieza central para comprender la poética de Sáenz.
Brindamos aquí una breve selección de poesía de nuestro autor, después de un pequeño fragmento de la novela Felipe Delgado.
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« ¿Quién ha dicho que el poeta necesariamente tiene que escribir poemas? Es mentira. Escribir poemas apenas si será una de entre las muchas tareas que cumple el poeta. El poeta es un hombre muy ocupado. El poeta vive. Es lo que es. No es la valentía, ni la temeridad, ni la soberbia, ni el espíritu de la aventura lo que determina su afinidad con el peligro. Es la conciencia de la muerte. El poeta ha de construir su propio camino; no hay camino. El poeta lleva dentro de sí el camino. Ningún camino conduce a ninguna parte. El camino es cosa que se lleva a cuestas. No hay acto que no le permita al poeta establecer una relación cada vez más peculiar con el peligro. La palabra es peligrosa, señor Beltrán. El poeta guarda en lo recóndito una palabra: una sola. Quizá con todo un idioma se explicaría su significación. Es una palabra. Jamás dicha; jamás pronunciada. El peligro es peligroso; hacer es peligroso. Hacer una cosa uno mismo, desde uno mismo, desde dentro hacia afuera y colocarla en un lugar, es peligroso. Poeta es el que hace. El que vive. El peligro se llama poeta. El peligro, efectivamente, para persistir en el mundo, necesita de ellos, de los poetas. »
Fragmento de la novela Felipe Delgado, 1979
VII
Que sea larga tu permanencia bajo el fulgor de las estrellas,
yo dejo en tus manos mi tiempo —el tiempo de la lluvia perfumará tu presencia resplandeciente en la vegetación.
Renuncio al júbilo, renuncio a ti: eres tú el cuerpo de mi alma; quédate
—yo he trasmontado el crepúsculo y la espesura, a la apacible luz de tus ojos y me interno en la tiniebla; a nadie mires, no abras la ventana. No te muevas: hazme saber el gesto que de tu boca difunde silenciosa la brisa; estoy en tu memoria, hazme saber si tus manos me acarician y si por ellas el follaje respira —hazme saber de la lluvia que cae sobre tu escondido cuerpo, y si la penumbra es quien lo esconde o el espíritu de la noche.
Hazme saber, perdida y desesperada visión, qué era lo que guardaba tu mirar
—si era el ansiado y secreto don,
que mi vida esperó toda la vida a que la muerte lo recibiese.
De Aniversario de una visión, 1960
10
Pues ya las tinieblas se aproximan. Ya el espíritu
de las tinieblas se avecina.
Ya las tinieblas se deslizan, con misteriosa
amplitud en este recinto,
en este cuerpo, atravesando la piel, atravesando las
venas, atravesando los huesos,
atravesando la médula,
con místico ritmo, al conjunto de las metamorfosis y
de las transfiguraciones;
ya las tinieblas se difunden y prosperan en estas y
en aquellas amplitudes,
en las cuales mi alma habrá de morar
—en un reducto impenetrable,
con eternidades de tinieblas configurando eternidades
de tinieblas en lo que dura la vida del hombre
—en lo que dura la vida que mira la vida que vive
este cuerpo;
el cuerpo que las tinieblas habitan,
el cuerpo que habita mi cuerpo;
este cuerpo, la carne y el hueso.
Esto que se mira,
esto que duele y que preocupa,
esto que muere, eternamente.
Este cuerpo.
Eternamente,
en las tinieblas.
De Las tinieblas, 1978
5
Como el día alimenta unos sueños estériles y lastima
tu naturaleza angelical,
has de partir en pos de la noche
—y yo te diré que ella suele pedir, como un mendigo,
toda la vida:
raramente se conmueve.
Pero tú, con tu tierna manera increíble,
eres comunicativo y la conmoverás en aquella
claraboya, si le dices:
“Quiero la muerte, pero no morir”
—y los que descansan alejados del fuego escucharán
La palabra estremecida de tu vuelo
Y no querrán saber que están muertos al ver que te
habrían amado.
Y de tal modo conocerás las imaginaciones de la noche
y lo indecible de muerte en tu forma,
el júbilo mío: estoy de pie y con un fuego en las manos.
(De noche tu ropaje con unos vivos de color blanco
refleja una música de ciudades y de soles y deja de mirar un
otro, denso ropaje que hace vibrar los puentes y ocurrir los
viajes, y hace que se quede la noche en tus ojos.)
De Visitante profundo, 1964
Prefiero irme
Ya estoy cansado no quiero hacerme ilusiones
en el país de los muertos estaré vivo
para dejar de estar muerto entre los vivos quiero
irme no me des consejos no me mortifiques no me
digas nada
tu cara me marea tu voz me limita tus gustos me
disgustan tu vida me causa malestar
ándate a dormir con tu cuerpito entre tus brazos
no te necesito para nada
si te pones a mi alcance te morderé si te pones
a espiarme te empujaré
tu sola presencia me trae mala suerte tus caderas
antieconómicas me llevan al descalabro y tus
costumbres también
apártate de mi vista no me molestes tu lengua
será famosa pero me importa un carajo no es nada
edificante me hace perder la fe
déjate de cosas y cositas no me hables ni me
mires no me expongas al crimen no quiero saber nada
contigo o sin ti me estaré y no cambiará el
mundo ni la vida
contigo o sin ti te estarás lo mismo que conmigo
o sin mí
prefiero morir conmigo y sin ti antes que vivir
contigo un sin mí
odio el escándalo no grites no provoques el
cuchillo no toques en ti no encuentro la solución
eres buena pero mala eres bonita pero fea
sabrás bailar pero no cocinar no seas así
con tus cabellos despeinados a la última moda
me haces cosquillas se ha hablado se ha
pensado se ha estudiado demasiado
por favor no metas bulla no me tengas sobre ascuas
no me digas buenas noches por favor desaparece.
Mirando cómo pasa el río
Llegada la hora hablaré contigo, mirando cómo
pasa el río, al lado del río.
Con el perfil de tu frente, con el eco de tu voz,
difundiendo mi voz en lo profundo,
en las grandes amplitudes en las cuales el ojo
de la muerte ha mirado, conocerás la palabra oculta.
Donde el viento permanece. Donde el vivir se
acaba y donde el color es uno y solo.
Donde el agua no se toca y la tierra no
se toca: donde tú sabes estar, en mi estar invisible,
en estado milenario
—de obras, de olores y de formas; de animales,
de minerales, de vegetales en el tiempo.
En el tiempo del tiempo. En la raíz del
presentimiento. En la semilla, en la angustia,
solamente tú conocerás la palabra oculta.
La soledad del mundo. La soledad del hombre.
La razón de ser del hombre y del mundo
—la soledad circular de la esfera. El crecimiento
y el decrecimiento;
el cierre de la cosa hermética. El cierre hermético
de la cosa.
El ingente, el incalculable —el inconmensurable
sepulcro indiviso y vacío.
Elegía
Un ser querido
es muy antiguo,
y misterioso
como una piedra.
Tan remoto está de tus sueños
Como el propio mundo.
Es infinito y verde,
musical un ser querido.
Cuando hayas conocido
su estar
y lo veas en la virtud
de las cosas
¡serás tú, finalmente!
De Cuatro poemas a mi madre
*Los tres poemas anteriores: Prefiero irme, Mirando cómo pasa el río, y Elegía (que pertenece a: Cuatro poemas a mi madre) son recogidos de la antología poética: Recorrer esta distancia, 2004. Fondo de Cultura Económica.